A 4 kilómetros de la presa de Finisterre, (como podéis comprobar en el mapa de la izquierda) adentrándonos entre miles de olivos centenarios, llegamos a Raneras, o Casas de la Solana, un pueblo abandonado que antaño estaba lleno de vida, especialmente en las quinterías en época de recolección. Poco antes de llegar creí haberme perdido, pero de pronto aparecieron esas ruinas, en claro contraste con algunas casas restauradas en los últimos años; ayer y hoy…
Andando, el pueblo se cruza enseguida, y a la salida hay un cartel explicativo, que debido a las inclemencias meteorológicas estaba casi ilegible, pero con un poco de paciencia y algún retoque informático creo haber dado con su contenido; dice así:
CASAS DE LA SOLANA:
Han cambiado los nombres según los dueños y las épocas, Por ejemplo, Solana del Sastre y Solana de San Juan. Hoy día se les conoce como Casas de la Solana; se trata de una agrupación de viviendas a unos 12 kilómetros de la población, a las cuales se iba “de quintería” principalmente durante las recolecciones. Cada familia preparaba los víveres necesarios para su sustento; (grano para las caballerías, patatas, aceite, pan, vino y otros elementos básicos); el agua la tomaban de un pozo comunitario que se encontraba cerca de las casas; también había una pila para abrevadero de las bestias y un amplio terreno no labrado para cortar leñas, aparcar carros y permitir a los muchachos y las gallinas andar a sus anchas.
Las casas, salvo excepciones, son de tapial confeccionado con tierra a pie de obra; Las de más rumbo tienen corral y portada, las más humildes tienen una sola puertecilla y comparten patio y corral. En las casas mayores había un pajar doblado sobre la cuadra y ocho, diez o más pesebres con su pajera correspondiente; en todas había una cocina de fuego bajo y una amplia campana con un revellín sobre el que se colocaba el candil; aprovechando el grosor de los muros existía alacenas donde guardar lo imprescindible. A ambos lados del hogar existían dos generosos poyos de mampostería, buenos para sentarse en torno a la lumbre, y servían además como cama añadiendo una simple saca de paja. Sobre las paredes se colgaban las mantas y los arreos. A ras de suelo hacían con yeso y cal el hueco de las canteras.
La vida en la quintería era sosegada. Al final de la jornada de trabajo se solía cenar temprano y después la gente más joven se divertía bailando al ritmo de un acordeón, o de no haberle, con una cuchara de latón y una botella vacía de anís. Allí se cantaban seguidillas morachas, variantes de las seguidillas manchegas con letras locales o que adoptan coplas de otras regiones.
Y aquí van el resto de fotos, las podéis ver en un álbum pinchando aquí
o también en la siguiente presentación:
3 comentarios:
Buen reportaje. Yo estuve en Raneras una vez, hace algunos años, al pricipio de ir por Tembleque, y me encantó, pero ahora no sé si sabría acertar con el camino exacto de entrada, así que pillaré el mapa y la brújula, para no perderme, porque me apetece mucho volver por allí, gracias por recordármelo.
Estupendo reportaje sobre esta pequeña población, si alguien quiere ir a Raneras no tiene pérdida siguiendo la ruta del Quijote o el camino con grava gris que sale poco antes de la entrada a la zona de pesca del pantano y en 4 kilómetros aparece entre los olivos.
Gracias compañero; creo que si ahora me pierdo, ya no tengo disculpa.
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