Blog Villa Ð Tembleque

miércoles, 4 de enero de 2012

"EDICIÓN ESPECIAL": EXTRA, EXTRA

El periódico La Vanguardia, del 19 de septiembre de 1.893, en su página 3 y con ocasión de las terribles inundaciones que asolaron la región y muy principalmente a nuestra vecina localidad de Villacañas, publicaba la entrevista realizada a un pasajero del tren que quedó detenido, a poca distancia de la estación de Tembleque, debido a las referidas inundaciones.


INUNDACIÓN: Relato de un viajero

De la relación que publica El Liberal de Madrid, con aquel título, reproducimos los siguientes párrafos relativos a la tormenta del día 13 y a las peripecias que sufrieron los pasajeros de uno de los trenes que estuvo detenido entre Tembleque y Casar.

<< Deseosos de proporcionar a nuestros lectores un verídico relato de los hechos, hemos tenido una conversación con uno de los viajeros, el cual nos ha contado lo siguiente:

-- A las cuatro de la tarde del 13 llegamos a la estación de Tembleque. Hacia algunos minutos caía una lluvia horrorosa, acompañada de relámpagos y truenos. Al llegar a la estación nos detuvimos más tiempo del reglamentario, esperando que cediese la tormenta.

Amenguó, efectivamente, y después de unos cuarenta minutos de detención se emprendió la marcha. Alrededor de la estación quedaban unas grandes charcas y a los lados de la vía formaba el agua una corriente que era ya bastante impetuosa.

A los pocos momentos de la salida tuvo el convoy que moderar su marcha. Las corrientes crecían y el recrudecimiento con fuerza mayor de la tormenta asustábanos a todos.

Así caminamos hasta muy cerca del Casar. Allí una cortadura nos detuvo. Volvimos atrás. El conductor deseaba que volviésemos a Tembleque, pero como a un kilómetro de esta estación quedamos detenidos por una nueva cortadura.

No había que pensar en nada en una tarde como aquella, en medio de una lluvia tempestuosa, con un verdadero rio a cada lado de los raíles. Estos se sostenían solamente sobre las traviesas, pues arrastradas las tierras por el agua, pasaba de un lado a otro de la vía.

Así estuvimos incomunicados completamente hasta por la mañana. El susto de los viajeros, de las señoras sobre todo, fue tan grande como puede figurarse. Esperando a que amaneciera, cada uno se acomodó en su coche, ya calmada la tormenta, sin más ruido en aquella llanura sin fin, toda inundada, que el del agua que corría por nuestro lado y el de los truenos.


Es imposible describir a usted lo que sufrimos esa noche. Sin hablar, los viajeros acomodábanse en sus asientos, sin poder dormir, tratando de calmar los hombres a las señoras y los niños, que gritaban y lloraban cada vez que un relámpago alumbraba aquel lago en cuyo centro estábamos.

Esa llanura manchega, célebre por su aridez, tenía otro género de monotonía en sus aguas oscuras, que lamían las portezuelas de los coches y amenazaban inundarnos, a poco que se repitiera la lluvia. Yo creo que los grandes ratos de despejo que la noche tuvo, contribuían a aumentar el miedo al darnos la claridad, espectáculo que permitía apreciar la situación en toda su extensión aterradora.

Los hombres no descansamos un minuto. Por los estribos cruzábamos de un lado a otro, procurando reanimar los ánimos.

Un niño, llamado Pepito Álvarez, que venía con nosotros a Madrid, confiado a unos conocidos, lloraba desgarradoramente, pronunciando el nombre de sus padres. Otra señora que se hallaba indispuesta, sufrió un violento ataque nervioso, que nos hizo a los hombres ir uno a uno a visitarla a su vagón cruzando los estribos como una procesión de sombras. Y para que ni aún nota cómica faltara, cuando alboreaba ya y huía aquella horrible noche, vimos correr por las aguas un madero y sobre él, unidos ante el común peligro, un gato y un gallo.

Aquí tiene usted nuestra primera noche en el bloqueo forzoso de aquel tren.


Al amanecer fue un peatón, el primero por quien comunicamos con Tembleque. Hacía falta ya algún socorro, porque la escasez de agua nos hacía padecer mucho.

De la estación del pueblo nos enviaron víveres y agua en cuanto recibieron nuestras noticias, por los mismos que nos los trajeron, supimos algo de lo que allí pasó también.

Nos instaron el jefe de la estación de Tembleque y los empleados a que procurásemos ir a aquella, donde podríamos estar en mejores condiciones. No nos determinábamos hasta que, contemplando el descenso de las aguas, atravesamos como pudimos por aquellas lagunas, hasta llegar a la estación, de donde distábamos un kilómetro.

En todo el día 14 permanecimos encerrados, haciendo en corros la comida, compuesta de gallinas en su mayoría, que nos vendían gentes del pueblo, y que algunos de nosotros, faltos de dinero, tomaban de las charcas, donde flotaban en un número considerable. La tormenta de la noche anterior arrastrólas de Tembleque, ahogando también a otros animales, entre ellos algunas caballerías. Al obscurecer, volvimos a los carruajes donde se pasó la noche.

En la mañana de ayer teníamos sumamente inquietos la situación. Como habíamos tenido en Tembleque comunicación con Villacañas , sabíamos las desgracias ocurridas allí. Veinte, cuaran- ¿? las relaciones y la preocupación iban creciendo entre nosotros, y ya llegamos a creer que todo Villacañas había fallecido.

Rodeados de agua por todas partes, nos creíamos los más felices, puesto que estábamos a salvo, pero pensábamos también con profundo temor, que podía ser inacabable nuestra falta de comunicación con los pueblos inmediatos.

El artículo continúa con noticias de otros pueblos y los estragos que el agua produjo en ellos. La mayoría son telegramas y sólo en un caso nos narran un hecho concreto. Por su cercanía, ocurrió en Villacañas, y por su singularidad lo transcribo a continuación.


Heroísmo paternal.

Un periódico de Madrid, publica en el relato de la catástrofe de Villacañas el siguiente conmovedor episodio.

<< No solo han ocurrido desgracias en los silos.

Las casas de la parte baja de la población también han sufrido mucho.

Allí, un vecino llamado Gregorio Moraleda, se hallaba en la calle cuando era más fuerte el aguacero. Dirigióse corriendo a su casa y vio que el agua la rodeaba. Era ya imposible penetrar en ella por la puerta.

Entonces subió al tejado, levantó las tejas, rompió las tablas en que aquellas descansaban y haciéndose atar con una cuerda por la cintura descolgóse por el agujero. Rompiendo el piso de la cámara, destrozando con fuertes puñetazos y patadas cuanto se oponía a su paso, logró llegar a donde se hallaba su familia. Allí estaba la mujer de Moraleda luchando por salvar la vida de sus hijos. La pobre mujer, en medio de la habitación y con el agua al pecho, tenía montado sobre sus hombros a uno de sus hijos. Sostenía otro en el brazo derecho y otro en el izquierdo, y el niño mayor estaba colgado del cuello. Un momento más y la heroica madre hubiera muerto con sus hijos.

Moraleda salvó a todos los suyos >>

También narran los periódicos actos de heroicidad llevados a cabo por la Guardia Civil en el salvamento de inundados.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Madre mía, que mal lo tuvieron que pasar aquellas pobres gentes en el tren, sin poder salir al estar todo anegado de agua. Contaba mi abuelo por parte de madre,(mi abuelo nació en 1.892)los horrores de aquella tormenta y eso que en aquel entonces contaba tan solo con un año de edad, pero en años posteriores hubo cuerda para rato con aquel desastre, y de ahí que el, aún siendo un niño memorizó todas las conversaciones de sus mayores que luego nos las transmitía el a nosotros, y nos las trasmitía de la siguiente manera que os voy a contar: Todas las noches en invierno a eso de las ocho o ocho y media después de cenar (para que luego digan los británicos de que cenamos a las tantas) íbamos con mi madre y mi padre a casa de mis abuelos, lo mismo hacían mis tías con sus correspondientes hijos, mis primos, era el centro de reunión para todos, casi todos los días.Cuando llegábamos casi siempre estaban acabando de cenar los abuelos, mi abuelo que tenia parkinson era siempre el último en acabar, de alguna manera esa enfermedad le dificultaba para muchas cosas en la vida cotidiana, y siempre le pillábamos comiendo el postre que casi todas las noches era el mismo "unas sopas canas" que consistía en suero de leche de oveja bien hervido y bien colado para quitar las impurezas, esto se echaba a un tazón y se añadía pan cortado en rebanadas muy finas y por encima se le echaba azúcar y canela,en aquella época era un postre muy valorado. Después de recoger la mesa y el mantel entre mi madre y mis tías, por cierto una mesa camilla de grandes dimensiones y un enorme brasero de errá debajo de las faldas,y allí se estaba en la gloria, una vez acomodados y sentados todos alrededor de la mesa camilla, y al calorcito del brasero, se ponía la radio para escuchar el parte de las nueve de la noche "diario hablado de radio nacional de España" parece que estoy ahora mismo escuchando la música que se emitía antes del parte,durante el parte había un silencio sepulcral. Una vez acabado el parte siempre nos contaba alguna historia de su mocedad, y lo que me ha llamado mucho la atención es el post que habéis publicado, pues es casi idéntico como el lo contó en aquellas tertulias que teníamos en aquellas tardes noches de invierno alrededor de la mesa camilla al resguardo del brasero.Me permito añadir una coletilla al post también contada por mi abuelo, y es que como sabéis en el pueblo de Villacañas antiguamente muchos vecinos de esa localidad vivían en silos, silos que por ser viviendas subterráneas aquella tormenta hizo estragos en ese tipo de viviendas,y el nos contaba que muchas familias de Villacañas fueron acogidas por vecinos de Tembleque durante una buena temporada.
Bueno estas y otras muchas más historias nos contaba mi abuelo Ángel, sentado en el centro de la banca, con todos alrededor de la mesa camilla y al calor del brasero, en aquellas y entrañables y largas tardes noches de invierno de hace ya muchos años.

Mirlo 30 dijo...

Estimado amigo anónimo. Siempre es un placer leer comentarios como el tuyo,son fiel testimonio de uno de los objetivos del Blog, el conocer de primera mano la historia de la Villa y encontrar y compartir las vivencias de los que nos antecedieron y esas historias que siempre han sido y serán un placer y un gozo escuchar de sus propios labios, o como es tu caso el recordar lo que te contaban y que tienes la amabilidad de compartir con todos.
Ya sabes que tienes estas páginas abiertas para cuanto quieras o si lo prefieres mi correo personal y sería tu "corresponsal" particular.
Un fuerte abrazo, gracias y hasta la próxima.